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domingo, 6 de novembro de 2011

A Impren$a que encobre...


¿Gran prensa? Gran encubridora

Eduardo Montes de Oca
Rebelión

Partamos de una verdad apodíctica. Sí, irrefutable de tan evidente. “Hoy losmedios de comunicación constituyen un poder”. La aseveración, de Ignacio Ramonet, director del periódico francés Le Monde Diplomatique, podría parecernos una perogrullada, un lugar común, pero ofrece excelente pábulo para el análisis. Sucede que desde que la burguesía fue tan fuerte como para imponerse a los señores feudales sin necesidad de la ayuda de un rey absoluto, a lo sumo tolerando una monarquía constitucional, comenzó a pontificar sobre los tres poderes del Estado. Evoquemos al filósofo John Locke, o a Montesquieu: Poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial. Luego, con el desarrollo del capitalismo, la prensa sería denominada el cuarto poder. Cuarto poder que, como los otros tres, devenía atributo de una misma sustancia, para emplear la terminología de Benedicto Spinoza. Atributo, adarga del sistema que lo engendró: el capitalismo.


También hoy la prensa constituye un poder, sí. Pero un poder mucho mayor que cuando salvaguardaba al capitalismo premonopolista. Algo que, por supuesto, Ramonet sabe mejor que nosotros. Poder inmenso, por la concentración de las comunicaciones (puro monopolio, acotamos), con su consecuente limitación del derecho a la información, la imposición por esa vía de un pensamiento único, gracias al profundo papel ideológico que protagonizan las corporaciones mediáticas para tal fin… Y si ello fuera todo. El conocido analista de los medios cree que existe un enorme condicionamiento intelectual. “La comunicación, los medios de comunicación de masas se ligan, casi juntos, para, cualquiera que sea su opinión, defender un esquema según el cual la solución neoliberal no solo es única sino que es la mejor. La idea es hacernos creer que estamos en el mejor de los mundos y, aunque vayamos mal, probablemente en otros países se está peor, y si aplicásemos otra política sería aún peor”.

Esa actitud acomodaticia, ese apoltronamiento en que “este es el mejor de los mundos”, fue denunciada en su momento por el irreverentísimo Voltaire, con un personaje de la novela Cándido o el optimismo que ve toda la realidad con lentes color de rosa. Pero, sin lugar a duda, la historia se repite. Si antes drama, ahora farsa. La llamada gran prensa suele encarnar al doctor Pangloss para persuadirnos de lo mismo. Y en su “descargo” asentemos que para ella verdaderamente este tiene que ser un mundo ideal, por la sencilla razón de que, si otrora protegía el sistema que la cobijaba y del que sacaba una jugosa tajada, en la actualidad el salto ha sido cualitativo, porque, al decir de nuestra fuente, “defienden una concepción de la sociedad, defienden una concepción del mundo en la que ellos creen, porque los medios de comunicación están, ellos mismos, muy implicados en la nueva economía”. Lo que significa que la gran prensa ha pasado de alabardero y dueño relativamente menor a gran dueño. A multimillonario vergonzante, ya que sigue escudándose en los sofismas de la libertad de expresión y la objetividad absoluta, entre otros.

Ignacio Ramonet declaraba en cierta ocasión a la prensa que los medios de comunicación han cambiado su situación en la pirámide de poder. “De hecho, los medios de comunicación, que antes aparecían como cuarto poder, porque podían criticar el funcionamiento del poder desde el exterior, hoy constituyen un (único) poder, y siguen sin querer aceptar la idea de que son un poder y que, por consiguiente, tienen que ponerse en causa de ellos mismos”. De esta cita, algo desaliñada porque está hecha de palabras improvisadas, habremos de sacar la conclusión de que esas hipóstasis del poder en el capitalismo, esa sagrada familia que son el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, más la prensa en cuarto lugar, se funden cada vez más, de resultas de intereses materiales comunes. Entonces, ¿podría hablarse de objetividad absoluta a la hora de juzgar a las otras tres cabezas de la hidra y, en última instancia, al poder de los capitalistas, al poder de Don Dinero?

Que nadie nos venga con la libertad de expresión. Los grandes medios tienen hasta su propia guerra. O sea, se involucran con ansia irredimible en la otra: la de misiles contra antiaéreas antediluvianas y armamento ligero. Las rapiñas imperialistas de nuestra época no solamente se despliegan en el plano militar, sino, paralelamente y con similar intensidad, en el tapiz de la comunicación noticiosa.

Veamos, si no —y ya lo señalábamos en otra parte—, las filigranas con que la oposición venezolana ha copado toda la gran prensa de su país, con el objetivo de construir una opinión pública anuente a cualquier acción violenta contra el presidente Hugo Chávez. Prensa que no atinó siquiera a la técnica del avestruz cuando, tras la intentona golpista, se pusieron de relieve las trapisondas mediáticas. Y que se permitió regodearse en el engaño, ahora por omisión: encorsetó la situación con el más espeso silencio, a pesar de que el Gobierno constitucional hizo galas de democratismo acendrado, al abstenerse de clausurar publicaciones mendaces —mejor decir mentirosas— y de confinar en cárceles a plumíferos opuestos a la Revolución Bolivariana.

Evoquemos igualmente, a vuelo de pájaro, el cerco tendido alrededor de Allende, en un Chile donde parece han bebido los pariguales venezolanos del rotativo El Mercurio, entre otros. ¿Alguien consciente habrá olvidado la censura impuesta por los personeros de la Oficina Oval a unos reporteros privados del acceso directo a los centros neurálgicos del conflicto en Afganistán, el de Iraq, y hasta de referirse al monto de las víctimas civiles de la asimétrica arremetida? ¿Dónde queda la tan cacareada autonomía de la prensa? ¿Adónde se fue la tradición de pensamiento representada por el filósofo y economista Stuart Mill (1806-1873), celoso propugnador de la libertad individual y los derechos civiles? Tradición de la que siempre se han enorgullecido los norteamericanos, quienes la han refrendado en la primera enmienda de la Constitución, la cual pone énfasis en la libre expresión de las ideas y, por tanto, en la libertad de pensamiento. La “displicencia” respecto al manipulado caso de los cinco cubanos antiterroristas aherrojados en el imperio se torna prueba (una junto a incontables) de la manera con que la descomunicación (más que comunicación) gringa obvia los pilares en que supuestamente se afinca.

Empero, seamos justos: la relativa heterogeneidad de los propietarios —relativa porque el monopolio se impone y, en última instancia el sistema íntegro, prensa incluida, se yergue como propietario y velador colectivo de la “seguridad nacional” — permite el “milagro” de una noticia escapada, el hecho de que un rotativo revele la componenda de otros. Maticemos. A pesar de que Norteamérica está “agraciada” con el 70 % de la información que anda y desanda el planeta y de que la mayoría de las 25 transnacionales que copan la rama le pertenezcan, algún que otro medio se exhibe parcial o temporalmente apegado a la objetividad. Ah, y ¿qué de ese bumerán que resulta Internet, tachonado de hendijas por donde se filtra el resplandor de la verdad?

Claro, tampoco sin dramatizar ni caer en la hipérbole, la exageración complaciente. La nombrada gran prensa norteamericana, occidental, a la postre cierra filas con la clase política, y denuncia lo erróneo, lo inhumano, solo hasta tanto, o hasta donde, sus propios intereses no sean perjudicados. Es repulsivo conocer que, mientras analistas de valía revelaban que la anunciada guerra contra Iraq mandaría a la baja los mercados del mundo y que, de extenderse —como se está extendiendo—, causaría estragos incluso en la economía gringa —sector turístico, líneas aéreas, aseguradoras, inversores—, se constataba que se beneficiarían, se benefician, junto con las petroleras, ¡las compañías de los medios de comunicación!...

Algo que, a no dudarlo, ofrece base suficiente para concluir que la gran prensa se arroga dos derechos “divinos”: el de dueño, vergonzante, y el de alabardero de un sistema que la cobija, la mima, en bien de los sacrosantos intereses privados. Anverso y reverso, sí, de una misma moneda. Una moneda de oro tintineante.

Reproduzido de La Jiribilla Via Rebelión
26 abr 2005

sexta-feira, 4 de março de 2011

Por que a grande mídia mente e a mídia alternativa se confunde


"Os meios de comunicação de massa nunca estão com os povos, mas os olham, os observam..., às vezes com estranhamento, às vezes com paternalismo, outras com preocupação. Quando devem transmitir as mensagens que os povos gritam e que não podem ser caladas, é necessário que estas sejam pasteurizadas e esterilizadas para o consumo de um público ao qual eles buscam proteger da contaminação.


Os meios de massa têm suas rotinas e uma maquinaria perfeitamente engraxada para mover-se dentro da complexidade. Por isso basta pagar aos jornalistas para que façam seu trabalho e, na maior parte das vezes, eles sabem fazer seu trabalho e não causam muitos problemas. Tais meios têm, necessariamente, uma opinião, e desde que as novas tecnologias destruíram o tempo, cada vez têm menos tempo para formá-la, de maneira que deixam seus profissionais se guiarem por sua pouca intuição e seu grande desconhecimento. Quando ocorre um feito noticiável não é mais necessário sacar o gravador ou o celular e converter a qualquer cidadão em correspondente improvisado enquanto se compra a passagem de avião e se criam as condições para que se esteja presente no local dos fatos.  Haverá tempo para aperfeiçoar o projeto. Em tempos convulsivos as precauções são extremas e são postas a prova as competências dos oradores à distância, como orientar os discursos improvisados: “Diga-nos, por favor, o que está acontecendo agora... (obviamente algo acontece)”, “Há feridos? O que é que o povo reivindica?”.

Os jornalistas não são maquiavélicos, nem mesmo se posicionam, somente fazem seu trabalho. Mesclam as palavras: revoltas, revoluções, transições, ditadores, ordem, violência, insurgentes, revolucionários. Ritualizam a linguagem para torná-la imune à contradição: democracia (imposta), liberdade (concedida), ordem (coerciva); localizam os “fast thinking”: opinadores habituais e especialistas com pedigree que carimbam a marca de autoridade da qual carecem os meios. A ritualização incorpora esta parte da naturalização que nos impossibilita perceber os limites do nosso próprio pensamento, o que nos pertence de fato e o que absorvemos sem nos darmos conta. Os meios de comunicação em massa se especializam na cozinha conceitual, um pouco de tudo, exótica e fascinante, mas em verdade escassamente nutritivo. Disse Chomsky, recolhendo palavras do norte-americano W. Lippmann: “Deve-se pôr o público em seu lugar, de modo que possamos viver livres do pisoteio e do rugido de uma multidão desnorteada”. O lugar do público é o de espectador interessado, nunca de participante. Temos que orientar seus interesses.

(...) Os meios alternativos são diferentes. Às vezes se equivocam, é verdade, mas as boas intenções lhes salvam do inferno dos malvados. Cometem outros pecados: aspiram a ser meios de comunicação de massa. Aparentemente não pode haver mal nisto. Buscam espaço onde não há espaço e para encontrá-lo buscam a diferença. Em que consiste a diferença?"

Ángeles Diez . Rebelión

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quarta-feira, 2 de março de 2011

Por qué los medios masivos mienten y los medios alternativos se confunden


"Los medios de comunicación masivos, es algo conocido, son parte de la estrategia de guerra. Desde que la política se transformó en guerra por otros medios –cambiemos el aforismo "clausewitzchiano"- dejaron de existir los medios de información. Los medios masivos son corporaciones – grupos de empresas interconectados y especializados - de modo que no es posible que sigamos tratándolos como “cuarto poder”, “expresión de la opinión pública”, “guardianes de la democracia” etc. son, el poder, en uno de sus múltiples rostros. Decir que los medios tienen dueños es una obviedad pero dejar de explicitarla es el riesgo de naturalizar su esencia hasta hacerla desaparecer.

Los medios masivos tienen sus rutinas y una maquinaria perfectamente engrasada para moverse dentro de la complejidad. Por eso basta con pagar a los periodistas para que hagan su trabajo y, la mayor parte de las veces, saben hacer su trabajo y no dan demasiados problemas. Los medios masivos tienen, necesariamente, una opinión, y desde que las nuevas tecnologías destruyeron el tiempo, cada vez tienen menos tiempo para conformarla así que dejan a sus profesionales que se guíen por su poca intuición y su gran desconocimiento. Cuando ocurre un hecho noticiable no hay más que sacar la grabadora o el teléfono móvil y convertir a cualquier ciudadano en corresponsal improvisado mientras se saca el billete de avión y se crean las condiciones para la presencia en el lugar de los hechos. Ya habrá tiempo para afinar el tiro. En tiempos convulsos se extreman las precauciones y se ponen a prueba las competencias de los locutores desde la distancia, orientar y señalizar los discursos improvisados: “díganos por favor qué ocurre ahora…. (por supuesto ocurre algo)”, “¿hay heridos? ¿qué pide la gente?”

Los periodistas no son maquiavélicos, ni se ponen de acuerdo, hacen su trabajo. Mezclan las palabras: revueltas, revoluciones, transiciones, dictadores, orden, violencia, insurgentes, revolucionarios. Ritualizan el lenguaje para hacerlo inmune a la contradicción: democracia (impuesta), libertad (otorgada), orden (coactivo); localizan a los “fast thinking”: opinadores habituales y especialistas con pedigrí que imprimen en sello de autoridad de la que los medios carecen. La ritualización incorpora esa parte de naturalización que nos imposibilita para percibir los límites de nuestro propio pensamiento, lo que nos pertenece a nosotros y lo que adquirimos sin darnos cuenta. Los medios masivos se especializan en la cocina de diseño, un poco de todo, exótico y fascinante, eso sí, escasamente nutritivo. Dice Chomsky recogiendo las palabras del publicista norteamericano W. Lippmann “hay que poner al público en su lugar de modo que podamos vivir libres de los pisotones y del rugido de una multitud desconcertada”. El lugar del público es el de espectador interesado, nunca el de participante. Hay que asegurarse de orientar su interés.

(...) Los medios alternativos son diferentes. A veces se equivocan, es verdad, pero las buenas intenciones les salvan del infierno de los malvados. Tienen otros pecados: aspiran a ser medios masivos. Aparentemente no puede haber mal en ello. Buscan espacio donde no hay espacio y para encontrarlo buscan la diferencia. ¿En qué consiste la diferencia?"

Ángeles Diez

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